De ocas y gansos

De ocas y gansos

Graznidos de ayer, plumas de hoy.

Por Nelson R. Amaya

Los galos habían acorralado a los romanos, otrora el gran imperio del mundo occidental, y junto con el hambre hacían predecir una caída inminente de su ciudad capital para ser arrasada por las hordas de su caudillo, Brenno. Sin muchos recursos, pero con coraje, un puñado de romanos se refugió en el monte Capitolino, una de las siete colinas sobre las cuales se erigió la fuerza dominante dos siglos atrás. La tarea de persistencia para lograr penetrar las defensas de los apertrechados no había sido suficiente, dado lo cual los invasores optaron por asaltar el refugio por sorpresa, usando un camino secreto que llevaba al borde de la colina amurallada. Pero la sorpresa fue para los asaltantes del otro lado de los Alpes: Unos animalitos muy útiles por sus huevos, su carne y sus plumas, las ocas, empezaron sus graznidos estridentes tan pronto apareció el primero de los galos, y la alarma palmípeda puso a combatir con éxito a los acosados. Posteriormente, se llegó a una indemnización monetaria para pagar a los galos por retirarse y dejar en paz la ciudad. En agradecimiento y recordación de ese hecho, los romanos celebraban cada año una procesión cuyo centro de veneración era una oca.

Ligeramente más pequeños que sus primas, los gansos se vuelven protagonistas de la simbología del poder en la Colombia de hoy. Las compras suntuarias de cobijas repletas de plumas de ganso, para acompañar el dulce sueño del poder en el palacio de Nariño nos recuerdan las épocas de alertas animales para prevenir las tomas abusivas del control político. Y son varios los motivos. En primer lugar, no dejan de ser útiles para alertarnos hoy, como lo hicieron sus agnados ayer, de las formas soterradas con las cuales se quiere ejercer el dominio sobre una población. Los chillidos de ayer son las plumas de hoy. Lo que advertía de la presencia de extraños en Roma, en estos momentos nos previene de la aventajada forma como se quiere ejercer el poder en Colombia, con colmillos ocultos tras las plumas de un sencillo animalito. No es trivialidad. Es la forma como se comportan cuando llegan al poder que han ansiado, ambicionado y alcanzado con sus banderas repletas de mentiras y falsas modestias. Carentes de autenticidad, buscan cobijarse, literalmente, en teorías rabulezcas y fantasiosas sobre el funcionamiento del estado, con las que justificar cambios a tutiplén, aun cuando empiecen por el mero hecho de cambiar la manera de darse calor en las noches capitalinas – ¿O capitolinas? -.

Los chillidos que hicieron advertencia del enemigo en Roma bien pueden compararse con los gritos de alarma que llegan a los ingenuos, esos que pensaron encontrar en Petro y su gobierno una conducta sobria y solidaria con las necesidades de los menos favorecidos, y que hoy se sonrojan al verlos ostentosos, con mañas palaciegas de estirpe imperialista, y ademanes de trascender sin haber siquiera mejorado la existencia de aquellos por quienes dice que ejerce la lucha social. 

En segundo lugar, aparece esa similitud de indemnizar por asegurar la paz. A los romanos les servía alejar los invasores a todo costo. Era la supervivencia de su imperio. Pero a nosotros, esos argumentos de pagar con libertinaje la renuncia a delinquir que avanza velozmente en cuanta cárcel colombiana alberga malhechores, nos deprime como sociedad que premia la alteración de la ley y castiga al cumplidor de sus deberes sociales. 

Por lo pronto, pienso sacar un ganso en procesión, la próxima vez que haya una protesta pública contra los pretendidos abusos del poder de este gobierno.