DUQUE: ¿OTRA DECEPCIÓN?

DUQUE: ¿OTRA DECEPCIÓN?

Por José Soto Berardinelli

El Presidente Duque decepcionó desde el inicio de su mandato. ¿Colombia se equivocó al elegirlo? ¿Le faltó experiencia, talante, actitud, o aptitud ? ¿Era consciente de que ocuparía el cargo más difícil, el más complejo del País? Aceptamos su nombre cuando lo propuso un político experimentado como Uribe. Duque era un perfecto desconocido para las mayorías nacionales; sin embargo, el país creía en Uribe. Pero al mejor cazador se le va la liebre y a Uribe al parecer se le fue por segunda vez.

Ya elegido, el Presidente Duque tenía la oportunidad de protagonizar gestiones para dejar un legado histórico. Solo debía actuar con grandeza, con sentido de patria. Debía ser congruente y ejercer su rol con las virtudes de un estadista. Inmensas mayorías creen fallido ese propósito. Suele pasarle a personajes que obtienen honores sin suficiente trabajo, posiblemente sin merecerlo. Reciben dignidades por herencia o por obsequio. Se autoconvencen de ser escogidos mediante un sino mágico que favorece su destino. Su comportamiento lo confirma. Se creen infalibles, padecen un proceso de distorsión mental, reemplazan sabiduría y discernimiento por arrogancia y soberbia.

¿Contagió ese síndrome al presidente Duque después de su elección? Quizá sintió inseguridad por no tener certeza de cuan ducho estaba para asumir tamaña responsabilidad. Quizá era consciente de que tampoco la merecía. ¿Intuía que la historía le negaría méritos por haber sido ungido como el Presidente más joven de Colombia? ¿Eran méritos ajenos?

Tal vez estas variables del pensamiento motivaron un dilema existencial: demostrarse a sí mismo, también a los demás, que no es títere de su mentor; pero, al hacerlo, ¿equivocó la estrategia?, ¿actuó con la grandeza de hombre superior?, ¿enarboló con rigor las banderas del ideario que votamos?, ¿o prefirió tomar otro camino? ¿Se fue en contravía de su partido y del programa de gobierno que elegimos? La esencia de la democracia radica en las ideas que la soportan, las cuales deben ser defendidas con transparencia. Entonces sería útil saber: ¿por qué decidió poner una vela a Dios y otra al diablo para intentar quedar bien con todos?, ¿desconocía que ese es el primer paso para estrepitosos fracasos?

El presidente Duque confirmó la duda al aceptar en entrevista televisada que nombró un gabinete con equilibrio entre los que votaron por el SÍ y por el NO en el plebiscito por la Paz. ¡Tremenda incongruencia! ¿Lo elegimos para liderar un programa que no le convencía? Para sus votantes fue difícil entender la conformación de un gabinete inesperado. Quedaron perplejos. Nombró niñatos sin experiencia, varios amigos de Santos. ¿Era necesario seguir haciendo reverencia a la oligarquía bogotana? No pongo en duda, escogió muchachos bien intencionados, pero algunos no tenían experiencia, suficiente formación, ni calle, ni talante, para realizar las grandes transformaciones que esperábamos de su gobierno. Se corría el riesgo de nombrar a un comité de aplausos que en vez de gobernar intentaría barnizar un ego en inflación desbordada. La cadena de errores no se hizo esperar. Yerro tras yerro avocaron a Colombia a un abismo de proporciones incalculables.

Afortunadamente, los colombianos somos realmente resilientes. Nos hemos sobrepuesto a seculares pesadillas. Ahora, en medio de aviesas dificultades, estamos listos, nuevamente, en pie de lucha, convertidos en soldados dispuestos a empujar el destino de la patria hacia el lado correcto de la historia.
Los colombianos añoramos tiempos pretéritos, sin duda tan complejos como ahora, con la diferencia que fueron liderados por grandes estadistas: Los Lleras, Los López, Gaviria o Uribe, líderes ejemplares que tuvieron temple, tino y talante, para guiar a la patria en coyunturas difíciles.

Como deseamos que surja un liderazgo que sepa encauzar la crisis actual hacia sabias soluciones donde se conciten la paz, la equidad y la justicia social para todos los colombianos. Como deseamos elegir a un presidente que esté por encima del bien y del mal, que no se preocupe por asegurar su futuro ‘después de’, que gobierne sin ego, que escoja consultores idóneos, que asesoren sobre las conveniencias nacionales sin sesgo ni cálculos. Un líder que tenga pericia para escoger colaboradores serios, comprometidos, que no se parezca al gabinete de mentiras que nos tiene sumidos en este mierdero.

Soñar es el inicio de la esperanza. Los invito a seguir soñando que aún podemos construir entre todos una Colombia libre, próspera, independiente y grande.