Kid Pambelé, el hombre que nos enseñó a ganar

Kid Pambelé, el hombre que nos enseñó a ganar

Por Pepe Palacio Coronado

Fue el primer campeón mundial de nuestro boxeo. Antes de él vivíamos consolándonos con ciertas victorias que pudieron ser y no fueron. Gracias a él aprendimos lo que es triunfar. Con la única gracia de sus puños de acero se hizo respetar en los cuadriláteros del mundo.

Desde la perspectiva de los patronos, la zozobra de los boxeadores es un mal necesario, nada más y nada menos que la razón de ser del negocio. En los lugares donde se enseñorea la prosperidad hay más zapatillas de baile que botas de boxeo. (Alberto Salcedo Ramos, El oro y la oscuridad, 2012, p. 92.)

Antonio Cervantes Reyes, más conocido como Kid Pambelé, nació el 23 de diciembre de 1945 en San Basilio de Palenque, Bolívar. Es el mayor de los seis hijos de Ceferina Reyes y Manuel Dolores Cervantes. Esta familia se mudó a Cartagena, al barrio Chambacú, antes de que el pequeño Antonio cumpliera 10 años. Como primogénito tuvo que hacerse cargo del hogar y de sus hermanos, vendiendo cigarrillos y lustrando zapatos en el Camellón de los Mártires porque su padre había viajado a Venezuela en busca de mejores oportunidades.

El libro El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé (Random House Mondadori, 2005; Aguilar, 2012), del periodista Alberto Salcedo Ramos, es la biografía más completa del atleta. Para consolidar esta obra, el autor recorrió tres países recopilando el material: Colombia, Venezuela y Cuba. Entrevistó a personajes cruciales en la vida del deportista, entabló varias conversaciones con el ex campeón y así pudo plasmar con todo detalle su historia.

La esperanza

En 1963, Cervantes se presentó ante Nelson Aquiles Arrieta, empresario del boxeo en Cartagena, y le pidió una oportunidad como boxeador. Él accedió, pues reconoció las condiciones físicas de aquel desconocido. Entre los primeros nombres que le puso para debutar en el cuadrilátero estaban: “La Pantera Asesina” y “La Araña Negra”, pero Antonio escogió el remoquete de Pambelé, ya que su tío y padrino Pablo Salgado lo apodó así en homenaje al pugilista nicaragüense Miguel Ángel Rivas, que fue el primero al que el universo llamaba Kid Pambelé. De este modo, el joven palenquero dio un salto al vacío para ganarse la vida de forma diferente a como lo venía haciendo. Lejos de la abundancia de su pueblo natal, en Cartagena era mucho más difícil mantener a su familia y este deporte se presentó como una oportunidad para lograrlo. Julio Carvajal Salamanca, de origen chileno, fue su entrenador y el de otros boxeadores, como Bernardo Caraballo.

En 1964, Cervantes inició su carrera boxística en Cereté, Córdoba. Ese mismo año, un colombiano disputó por primera vez un título mundial de boxeo: nada más y nada menos que Bernardo Caraballo.

La derrota de este ante el brasilero Éder Jofre, hundió el sueño de muchos que espiritualmente quisieron ganar con él. Amigo suyo desde muy joven, Pambelé debió sentir en carne propia la tristeza del compañero, con el que muchas veces habló de la posibilidad de darle a Colombia la felicidad más grande que proporciona el boxeo: ser campeón mundial. Es lógico pensar que, a raíz de ello, personas como Antonio Cervantes tuvieron la ilusión de estar en un escenario, donde todos los compatriotas esperaran que ganara. De allí surgió la idea de ser entonces el primer campeón mundial que celebrara el país.

Aunque esa era su intención, la verdad es que el estilo de Pambelé no gustaba entre los cartageneros, razón por la que comenzó a ser programado en combates de menor envergadura en municipios aledaños a la capital de Bolívar. «Su estilo no era el más elegante, era más bien frío y rígido. No tiraba muchos jabs, pero tenía un contundente gancho de izquierda» (El Espectador, 2010). Sin embargo, Carvajal confiaba en su potencial.

Entre 1964 y 1969 Antonio Cervantes peleó en diferentes lugares del país: Valledupar, Barranquilla, Medellín, Bogotá, Cartagena, Montería y San Andrés. Poco a poco iba ganando terreno, y aprendió de los rivales que también aprendían de él.

 Por ese entonces, el boxeador protagonizó un escándalo que le dio un giro total a su carrera.

Tan resignado estaba Pambelé a su papel de perdedor que cuando volvieron a programarlo en Cartagena le apostó a su propia derrota. Dos días antes de la pelea fue contactado por unos desconocidos que le prometieron dinero si se arrojaba a la lona en el cuarto asalto. Y claro: aceptó en menos de lo que canta un gallo. Lo que no imaginaba era que su adversario, Chico González, le arruinaría el plan. En el segundo round, sin que Pambelé le rozara un pelo, el tipo se tiró al piso. Torció los ojos, estiró una pierna.

[…] Todo el mundo en Cartagena se enteró de que González parrandeó esa noche, hasta el amanecer, con los carniceros del mercado, quienes habían urdido la patraña. Pocos días después, la Federación Colombiana de Boxeo determinó suspender por un año a los dos protagonistas del insólito tongo doble, único caso de su género en los anales de este deporte.

Maniatado por la sanción y abochornado por los comentarios de la gente, a Pambelé no le quedó más opción que irse del país. Su nuevo destino: Caracas, la capital de Venezuela (El oro y la oscuridad, 2012, pp. 73-74).

Sobrevivir con los puños

En el vecino país, el empresario Ramiro Machado Corzo, junto con el entrenador Melquíades Tabaquito Sanz, lo convirtieron en campeón mundial. Manuel, padre de Pambelé, trabajaba como vendedor ambulante en Caracas y fue quien logró el contacto. En El oro y la oscuridad, Alberto Salcedo Ramos dice que la curiosidad de Machado frente al joven boxeador —sin haberlo visto pelear— se debió a la actitud de su progenitor, que intercedió por él para evadir su responsabilidad como padre.

Durante sus primeros años en Venezuela, Cervantes era riguroso con su rutina de ejercicios, educado, respetuoso y muy pulcro. Esos buenos modales le traían problemas a la hora de atacar, pues muchas veces no remataba a su contrincante. A raíz de esta situación, sus entrenadores descubrieron que, al gritarle insultos e improperios, el palenquero sacaba sus mejores golpes y se llevaba la victoria. Su primer combate fue en 1968 frente a Orlando Ruiz, a quien venció por nocaut en el primer round.

Estaba dejando claro que, aunque apuntaba con el jab izquierdo, su golpe de derecha tumbaba a los rivales hasta hacerlos dormir. El instinto asesino se apoderaba de él, porque un buen boxeador entiende que el combate, aunque sea en los entrenamientos, hay que asumirlo como algo que deja pocos límites entre la vida y la muerte. Fue en ese país donde desarrolló sus mejores condiciones, aspirando con impulso convertirse en el campeón, que apostaba por su propio triunfo. De ser así, no sería por el nicaragüense Miguel Ángel Rivas, sino por Antonio Cervantes, por el cual el mundo aprendiera a mencionar el nombre de Pambelé.

Gracias a Sanz y a sus entrenamientos, el palenquero se convirtió en un deportista de talla internacional, muy diferente a aquel que había boxeado en peleas de “relleno”. De pronto, después vivir un tiempo con él en Los Ángeles, California, el colombiano estuvo listo para ganar. Ahora le tocaba a este vivir, lo que alguna vez vivió Caraballo pero que no hizo vivir a los demás.  Pero también en su primer intento por llevarse el título mundial en 1971, frente al argentino Nicolino Locche, el contrincante lo venció por decisión.

Esa pelea ha debido ser un empate. Estaba bien para un empate. Yo, la verdad, la tenía para ganarla. Pero un empate hubiera sido bien. Lo que pasa es que Nicolino Locche fue un boxeador muy querido allá en Argentina. Entonces, no iba a perder.

Campeón mundial

No obstante, tres años después de haber iniciado su preparación, el 28 de octubre de 1972, Pambelé derrotó al panameño Alfonso Peppermint Frazer por nocaut técnico luego de diez rounds y se coronó campeón en la categoría welter junior (140 libras). Había llegado el momento no solo de ganar, sino de enseñar a sus compatriotas también a hacerlo.

   Fue un combate en el Gimnasio Nuevo de Ciudad de Panamá, donde pudo demostrar que dentro de su cuerpo estaba el espíritu del campeón. Pese al carácter del rival, Pambelé mostró el estilo, haciendo mejor su vida con los puños. Era claro que una oportunidad como esa no llegaba siempre, y aprovechó al máximo su habilidad, siendo el único boxeador que hasta los rivales querían ser. Si bien Peppermint persistió bastante, no reconocía en el ring al amigo que era Antonio Cervantes fuera de él. Luego de tres caídas de aquel, la historia lo dio como ganador, provocando que de ahora en adelante mencionar a Kid Pambelé era exaltar lo grande que era Colombia. Por supuesto, dentro de aquel recinto, también mencionar en adelante a Pambelé era tener en cuenta lo maravilloso que era el boxeo. La felicidad sentida contagiaba a todos, porque por primera vez un colombiano era reconocido unánimemente en algo como el mejor del mundo.

   Este triunfo le sirvió para ganar un reconocimiento de esta índole, situación que generó un hecho insólito, tal y como lo expresó el mismísimo Antonio Cervantes al diario El País (2012):

La gente en el coliseo estaba muy brava por la derrota de Peppermint; con mis preparadores nos fuimos a una recepción en el hotel y luego salimos para el consulado de Colombia. Recuerdo que llamó el presidente Misael Pastrana. Más tarde apareció Peppermint, se unió a la celebración, salimos en su carro esa noche y fuimos a dar a una cantina en Ciudad de Panamá.

Lo que pasa es que yo era amigo de Peppermint; habíamos vivido juntos en Venezuela con otros muchachos. En los entrenamientos y antes de la pelea hablamos varias veces, él me decía que me iba a “noquiá” y yo le contestaba que el título iba a ser mío. Al final el que cogió el nocaut fue él.

Había nacido el héroe. Si su pueblo Palenque fue el primero que experimentó ser libre, ahora Pambelé salía de allí para decirles a los colombianos que ese sentimiento de libertad era lo que permitía ganar. La gente no hallaba dónde ponerlo, como si fuera el único dios que se dejaba tocar. Las sonrisas en sus caras lo complacían, porque ver tanta alegría a su alrededor, le recordaba más que había ganado que su propio recuerdo. Era como si con esa victoria, Colombia entera mentalmente se hubiera hecho al fin libre.

(Apartes del capítulo dedicado a Kid Pambelé)